lunes, 26 de febrero de 2007

Desde Claromecó

Desde mi infancia, existe un lugar de descanso y recreación, de contemplación y tranquilidad, al que recuerdo siempre con una sonrisa y mucho afecto. Escribo estas líneas desde ese mismo lugar, una fusión de bosque, mar y dunas, apartadas del bullicio urbano.

No recuerdo con exactitud cuántas veces he estado aquí, pero sé que mis padres nos trajeron a mi hermano y a mi por primera vez cuando éramos muy chicos. Ahí teníamos todo el lugar del mundo para jugar, corretear, conocer lugares nuevos, hacer largas caminatas en las que intentábamos encontrar no sé qué. Lo que siempre encontrábamos era diversión.

Luego seguimos viniendo a distintas edades, pasando por la adolescencia, con amigos, y finalmente con mi novia y actual esposa. La primera vez que vine con ella teníamos una carpa muy chica, y pocas comodidades. Pero había mucho amor y ganas de pasarla bien. Esa que fue su primera vez en carpa y por suerte le encantó, aún con aquella tormenta eléctrica en la que nos corría un río por debajo de la carpa, y en la que un rayo partió un árbol cercano con un estruendo indescriptible.

Estoy seguro de que seguiré con esta tradición, que implica para mi una total desconexión de mi trabajo y de las computadoras (sí, estoy escribiendo en papel). Y más aún cuando tenga hijos (situación no muy lejana por cierto), ya que quisiera, sin duda, compartir esto con ellos y con mi esposa...

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